Historias junto al fuego: La serpiente Tsukán
- Energita Team
- 7 ago
- 5 Min. de lectura
En las noches estrelladas de la península de Yucatán, cuando el fuego del ocote premium de Energita ilumina los rostros de quienes se reúnen alrededor de la fogata, resurgen las historias que han definido nuestra cultura ancestral mexicana. Hoy compartimos una de las más fascinantes: la serpiente Tsukán, la serpiente guardiana de los cenotes.
¿Sabías que en la cosmogonía maya, las serpientes representaban la conexión entre el mundo terrenal y el espiritual? Esta creencia se refleja en múltiples sitios arqueológicos de la región.
La Historia de Tsukán
La tradición cuenta que Tsukán era una serpiente que se distinguía por su tamaño extraordinario. Según la leyenda, creció tanto que su cuerpo se extendía a través de las llanuras yucatecas, bloqueando caminos enteros con su presencia.
Durante una gran sequía, Chaac, el dios maya de la lluvia, descubrió que alguien había estado consumiendo el agua de los cenotes. En su búsqueda por encontrar al responsable, se encontró con Tsukán. Lo que siguió fue una confrontación que definiría el papel de la serpiente en el ecosistema maya.
Según el relato tradicional, Chaac logró domar a la serpiente y le asignó una misión perpetua: proteger los cenotes y las aguas subterráneas de cualquiera que intentara robarlas o contaminarlas.
La historia:
Cuentan los ancianos mayas que entre muchas otras serpientes brotó y creció Tsukán, pero pronto se distinguió de las demás por su tamaño gigantesco y el insólito grosor de su cuerpo. Salió entonces de su gruta y se recostó en la llanura, bloqueando a la vez varios caminos. Tan larga era, que su cola y su cabeza iban a perderse entre los montes, a ambos extremos del llano.
Un día, durante la primera sequía que sobrevino hace miles de años, el sagrado “Señor de la lluvia”, Chaac, cuya labor era recoger el agua que brotaba del subsuelo para distribuirla por el mundo, se sentó desconsolado sobre un gran tronco caído a reposar. Inútiles habían sido sus esfuerzos por recolectar siquiera unas cuantas gotas de los cenotes vacíos y los pozos secos.
—¿Quién se ha robado el agua? —se preguntó perplejo.
En su meditación estaba Chaac cuando de pronto sintió que el tronco bajo sus piernas realizaba extraños movimientos ondulantes. Dio un salto. También saltó de susto su diminuto caballo blanco con alas, que pastaba no lejos de ahí. Y es que no se había sentado en un tronco sino sobre la Serpiente Tsukán, que se desperezó súbitamente hambrienta.

La criatura abrió sus fauces y sorbió de una sola inhalación al pobre caballito de Chaac, que en vano intentaba alzar el vuelo. El Señor de la lluvia se enfureció.
Montó a horcajadas sobre Tsukán y la fustigó con su látigo:
—Ahora tú serás mi montura y habrás de servirme por toda la eternidad. – Sacudiendo las fabulosas crines que le brotaron en ese momento, Tsukán torció el cuello para mirar al osado jinete que la increpaba. Sus ojos equinos irradiaban una rebeldía que hubiese paralizado a cualquiera.
—¿Quién se atreve a fustigarme? -silbó sordamente el monstruo.
—Soy el Señor de la lluvia y desde ahora, tu Señor. Me llevarás hasta el mar para traer agua a los cenotes, que seguramente tú te has bebido
—dijo Chaac, espoleando a la serpiente y provocando con el solo golpe de sus talones que al monstruo le surgieran dos alas de murciélago gigantes.
Tsukán volvió a retorcerse colérica, queriendo derribar a Chaac. Pero la agitación de sus crines generó tumultuosas ráfagas que inflamaron sus alas y la elevaron por los aires bajo el mando de su nuevo Señor.
—Los campesinos te temen, Tsukán, y no sin razón —dijo el Señor de la lluvia, cuando hubo llenado cientos de guijarros con agua de mar, atando cada uno al lomo de la serpiente. —Nos aprovecharemos de eso… Tsukán no prestó atención a aquellas palabras, pues se hallaba fascinada con la contemplación del mar, que nunca antes había visto: aquel inmenso mar, hogar originario de todos los monstruos, tan insondable como la imaginación humana.
—Yo no pienso volver a la gruta —bisbiseó ronca—. Quiero quedarme a vivir en las aguas del océano, donde puedo moverme con soltura y libertad, confundida con los vaivenes del oleaje.
—Primero debes terminar tu misión —sentenció Chaac.
—¿Mi misión?, ¿de qué rayos hablas? Los monstruos no tenemos ninguna misión —replicó Tsukán con un relincho —. Nuestra única razón de existir es hacer que las criaturas vivientes nos respeten.
—Precisamente —dijo el Señor de la lluvia con voz autoritaria, jalando a un lado las riendas de su “corcel” para dar la media vuelta —.
Generación tras generación cuidarás de los cenotes, las cavernas y las grutas, para que nadie, ya sea un dios, un animal o un ser humano se atreva a robar el agua. Sólo cuando envejezcas podrás venir a refugiarte en el océano — añadió el dios, a sabiendas de que Tsukán estaba condenada a rejuvenecer constantemente.
Al ver que dejaban atrás la costa, Tsukán sintió una nostalgia inmensa e intentó detenerse en seco. Pero Chaac la espoleó bruscamente ocasionando que la serpiente se encabritara. El monstruo se alzó con violencia y derribó al Señor de la lluvia, que mientras iba cayendo al vacío logró agitar su brazo sagrado y blandir, como un látigo de fuego, un extraordinario relámpago.
El relámpago alcanzó a Tsukán y en un instante la fulminó, dejando su cuerpo reducido a millares de gotas ácidas que llovieron sobre la región. Los cauces secos de los ríos se inundaron con esta lluvia ardiente y el torrente corrió cuesta abajo hasta una gruta, donde quedó estancado por semanas.
Sin embargo, poco a poco, al calor maternal de la gruta y en su secreta oscuridad, las aguas del estanque se condensaron hasta formar de nuevo la figura de Tsukán, enroscada en sí misma y soñando el sueño de los monstruos tutelares.

Se desperezaba día a día como una gigantesca larva gelatinosa a la que le crecieron escamas de reptil y alas de murciélago. Resucitada y rejuvenecida, Tsukán batió sus esperpénticas alas y salió de la gruta volando en dirección a su ansiado mar.
Esta vez, Chaac logró interceptar al monstruo mediante la formidable fuerza de todos los vientos a su mando:
—¡Regresa a tu puesto, monstruo rebelde! —rugió.
Con los ojos enardecidos de rabia, Tsukán giró en medio del cielo, presa del enorme remolino de aire que había provocado el dios. Giró a tan tremenda velocidad que terminó desintegrándose en millares de gotas ácidas que llovieron sobre la región. Por un tiempo, nadie en toda la zona maya se atrevió a tomar agua de ríos, cenotes y pozos sin el permiso de los ancianos.
Y aunque la serpiente realiza una gran labor, es un terror para los habitantes de la península, ya que quien la logre observar en los cenotes o ríos podría sufrir de delirios, accidentes o incluso la muerte.
Dinos, ¿te animarías a ir a buscar a Tsukán entre los cenotes Mayas?
Fuente: Monstruos Mexicanos por Carmen Leñero
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